martes, 21 de enero de 2020

ÉSA ES LA VOZ QUE ESCUCHÉ: PONIES QUE SE AGITAN BAJO LOS PINOS EN LAS MONTAÑAS OTOÑALES (Óscar Curieses)

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ÉSA ES LA VOZ QUE ESCUCHÉ: PONIES QUE SE AGITAN BAJO LOS PINOS EN LAS MONTAÑAS OTOÑALES
Un tren pasó en mis sueños una noche y me despertó / Y lo primero que pensé, el corazón acelerado /Allí en el dormitorio a oscuras, fue esto.
Antes de todo origen, todo era ferrocarril dulce, higos de pan en mano levadura que cosían rieles a través de días sin descanso,
No había máquina, ni siquiera había sido imaginada, pensada o soñada, sólo un camino de ojos trigo atravesados por huesos de harina.
Todos sabían entonces que Whitman alumbraría a Darío y que éste me alumbraría a mí y yo a Curieses y así eternamente. Y sabían también que ni Walt, ni Rubén, ni yo, ni Óscar, ni los otros significamos nada.
Organizamos el viaje en férreos caballos y, es verdad, avanzamos pero lo hacemos como nubes eructadas por chimeneas blandas.
No permanecemos en el cielo, sólo lo ocultamos brevemente, desaparecemos para corroborarlo y mecer su permanencia, eso es todo. Derek Walcott también lo sabe y me lo
Indica cuando escribe: “Las desnudas ramas de frangipani desenroscan su dulce amenaza desde la nada”. Él llega a nuestra perdida, a toda nuestra perdida, él sabe fracasar y por eso insiste una y otra vez como
Oscar, como Rubén, como Walt o como yo. Pero en realidad, nada de esto importa, lo sustancial de la máquina no es la máquina ni quien la conduce, tampoco es el camino. Lo sustancial es conocer que no lleva a ningún sitio, a pesar de raíles y viajeros y vagones y kilómetros. Recuerdo cómo Mairena me lo dijo una vez en el trayecto a California, y yo olvidé anotarlo y él ahora está aquí conmigo: “Viajo en el tren/ Todo se mueve/ Nada se mueve”.
Mecemos el aire con nuestros pulmones en las ventanas del camino y el tren avanza siempre hacia su origen, hacia él mismo en un no espacio,
Antes incluso de su primera marcha. Es tan milagroso como las ondas de radio que me enviará algunos años más tarde Raymond
Carver: “Ha dejado de llover y sale la luna. No sé nada de ondas de radio”.
Hemos conquistado el vacío con trenes de juguete, como niños que imitan el sincretismo entre el Cristo y el Buda, hemos viajado hacia nosotros mismos
Antes incluso de haber nacido, rebasando todo nombre, concepto o idea pura, antes de la primera materia a la que dio luz lo afectivo.
Dormimos ahora plácidamente en la vigilia, sabiendo que nuestras imágenes se llevan a cabo en un tren seguro y funámbulo. Un tren sin origen ni destino que transita en el vacío sin apoyarse, sin apoyarse en punto alguno. Y aún así, no nos importa hacer todo el camino de nuevo,
Organizar la maleta para el viaje, llegar a la estación, subir y decir: “sí, otra vez, eternamente”.

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