jueves, 24 de octubre de 2019

ASTILLAS de Esther Muntañola


Foto: Luis Magan (Pozo del tío Raimundo. Niños jugando II. Años 70)
«De pronto el mar, enarbolado de velas:
y en el desguace, las cenizas.» Susanna Rafart


No supimos nada hasta alcanzar el espacio abierto.
El cielo seguía igual, impasible. Limpio.
Habían talado los árboles del recodo.
Cambiaron el equipaje. El paisaje de los pájaros.
El que siempre se ha conocido.
Al ver los tocones sentimos piedad y dolor.
Luego, el rencor, embarrando los ojos. Sabíamos
de quién era la finca. Quien había permitido
que se cortaran los robles. Así que teníamos todas
esas astillas en los ojos cuando cruzamos la calle y no quisimos
levantar la vista para no encontrarnos con ellos.

Jugamos. Condenamos. Maldijimos. La ignorancia
es una historia vieja y osada. Así, nosotros y nuestra tristeza
en la que seguíamos viendo los árboles amputados.

El camino. Nuestro camino.
El camino que ya no volvería a ser. Tocones pelados.
Abierta la carne del árbol como una espada humana.
Árboles que ciñeron el viento, el sol, la lluvia.

Es cierto. Mandaron talar los árboles.
Habían dado todo
de aval al hijo, y el hijo perdió todo.
Se habían quedado sin casa.

Volvieron a la aldea. Tuvieron que vender la madera
para salir adelante. Era largo el invierno.
Los árboles talados eran ellos también herida.
Recordatorio. Y mucho más dolor.
En nombre del hijo.


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