Un economista no sabe qué hacer con un arco iris.
No entiende el aleteo de una abeja,
por qué trinan escandalosamente las gaviotas,
qué guarda una camada en su madriguera.
Se inquieta ante un caracol que,
sobre una brizna empapada de rocío,
indiferente se despereza.
Ante el murmullo chispeante de un río,
ante un eclipse inundado de estrellas,
ante tu sonrisa o una mano abierta,
agita desconcertado su cabeza.
Un economista no escucha la memoria
ni atiende al compás de los latidos.
No sabe buscar tanteando en silencio la belleza
en toda palpitación dichosamente tendida
a la luz, al viento, a la alegría.
Un economista aún busca con vehemencia
con qué moneda comprar la vida.
No entiende el aleteo de una abeja,
por qué trinan escandalosamente las gaviotas,
qué guarda una camada en su madriguera.
Se inquieta ante un caracol que,
sobre una brizna empapada de rocío,
indiferente se despereza.
Ante el murmullo chispeante de un río,
ante un eclipse inundado de estrellas,
ante tu sonrisa o una mano abierta,
agita desconcertado su cabeza.
Un economista no escucha la memoria
ni atiende al compás de los latidos.
No sabe buscar tanteando en silencio la belleza
en toda palpitación dichosamente tendida
a la luz, al viento, a la alegría.
Un economista aún busca con vehemencia
con qué moneda comprar la vida.
De: Alberto García-Teresa, en HAY QUE COMERSE EL MUNDO A DENTELLADAS (Balile del Sol, 2008)
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