miércoles, 5 de marzo de 2014

(SERIE I)

I


Adiós a una idea…
Wallace Stevens


Cuando todo se desmorone y caiga íntegro el tejado 
–ya no quedan tejas, sólo madera podrida, carcoma y haces
de luz−, 
me despediré despreciando la piedra. 
De la piedra nace piedra.
Piedra que envuelve el paisaje
con su gris hostilidad. 
Me despediré, hasta de las iniciales 
de mi nombre, ejecutaré sueños persistentes
en soledad, como el enjambre que habita el buzón,
como ese tacto de dedos colmados de piedra.

Me despediré aun cuando la piedra siga en pie,
siempre
seguirá en pie. Desde acá, siguiendo esta forma irregular
del río, de estas aguas, de los sueños ondulados, persistentes.
Me despediré, 
siguiendo la gracia metálica del relámpago, hasta
que se incruste en la piedra y ya no emerja más. 


II


Tiempo de aldea,
feliz entre nieve,
cielo, verde, libro abierto,
poza, hogar
encendido. Leña para quemar
todo el invierno.
Tiempo como el comienzo de algo
feliz. Siempre
deslumbrada, tiempo siempre

para hablar y pasar entre las horas.
Para exagerar no saber nada.
Para alborotar este vértigo.

Tiempo de cielo, libro abierto, feliz aldea,
río, nieve,
madera para quemar, hogar siempre encendido.

Tiempo para el curso de las cosas,
Cosas sin urgencia, dialogando
en el tiempo noche y día.

Para entrar y salir sin materia.
Para perfilar tanta belleza y al fin
para otra tregua en el paisaje.
Para una pequeña historia
que ocurre detrás de otra pequeña historia.


III


Por el deseo inmenso de gritar un nombre
pero ocultar su raíz profundamente,
apaciguo el torpe reflejo, retorno al centro 
del oído.

Lo más traslúcido es un vino que se bebe
con lentitud y luego
que la memoria pida
otro respiro. Doy vueltas a ese nombre, 

voy rodando entre esas ruinas.

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