A la vieja muerta que dejó el ruido
lejos del consuelo de una mano.
A la muerta que se hizo fría
año a año,
se hizo triste y hueca,
rompió las fotos,
llenó su tronco de manzanas
y abandonó su árbol.
La muerta que no es más que una vieja
en un salón de residencia.
Esa que no protesta más por el mando a distancia,
no espera otra vida en la pantalla,
no pasea.
Es la vieja que teme al sol, al pan, a su estómago,
al veneno azul de sus vecinos,
que protesta tejiendo,
que ama lo que dura una bufanda,
un jersey,
mis calcetines.
De: Silvia Nieva
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