Y se llamaban Mahmud y Ayaz,
y tenían tan solo 17 años,
y fueron ahorcados un 19 de julio.
No lo olvidemos.
Su historia debía haberse escrito
con otros titulares, con otras fotografías.
Pero no fue así.
Llegaron llorando a la plaza.
En la furgoneta de su angustia,
llorando las lágrimas que no derramarán de viejos.
(Como tantos otros, yo he visto las fotografías).
Y llegaron como dos cachorros asustados,
temblando entre el frío de tantas miradas,
ante el abismo del final de su vida
antes incluso de haber intentado imaginarla.
***
Fueron necesarios cuatro brazos
y una soga ajena de su cobardía.
Fueron necesarios dos hombres
que escondieran sus corrompidos gestos
tras el anonimato de un pañuelo.
Fue necesario un juicio
y la rápida sentencia de muerte.
Y nuestro silencio,
no lo olvidemos.
Fue también necesario nuestro silencio.
(Y se llamaban Mahmoud y Ayaz, Madrid, Amargord, 2012)
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