Claro está que hay heridas pequeñas,
apenas una gota de sangre las señala,
claro está que hay fracasos mayores,
la franca enfermedad,
el trágico desastre
y las piedras clavadas en la superficie de la luna.
Hay heridas de muy poca importancia,
trabajos del desdén que elaboran su niebla y su ruina
en pequeños alvéolos; el mortal que las sufre
las lleva como amigas, como lleva su flor en la solapa.
Son heridas comunes, una contrariedad que a nadie mata:
espinas para el tacto, labranza de pequeños gusanos
que desgastan la piel, pero no la destruyen.
Nadie muere de heridas tan pequeñas,
le van royendo a uno poco a poco
y uno se hace mayor y se hace hermano
de esos leves picores.
Acaban reemplazando al ser,
entrando en sus radiografías;
quién sabe si la muerte
es la forma final de su triunfo,
o es el triunfo del ser, que se ha librado de ellas.
Juan Antonio Marín
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